El país de las predicciones

Sobre la película Justicia Artificial (2024) de Simón Casal

 

¿Hasta qué punto las probabilidades que ofrece la estadística condicionan nuestras vidas?

El estudio del comportamiento del pasado puede determinar el futuro. Esa es la base del funcionamiento de los modelos predictivos actuales, pero cuando se trata de sentencias judiciales aparecen personas y ahí entra el factor humano que siempre resulta imprevisible.

Ese terreno fértil era el que ya abordaba Philip K. Dick en el relato que fue adaptado por Spielberg en Minority Report (2002). Se trataba de un sistema judicial perfecto donde los acusados no tenían opción de elegir aunque las detenciones se producían en base a las visiones de «precogs»: hijos de drogadictos capaces de predecir crímenes. En este velado homenaje a las novelas de misterio y al falso culpable Hitchcokiano, Spielberg le ponía el nombre de Agatha a la precog más dotada, al tiempo que imprimía en ella el estilo de mirada de María: la robot protagonista de Metrópolis (1927). En el fondo como dice el personaje que interpreta Nicolas Cage en Next (2007), “observar el futuro, lo cambia, y así, todo cambia”.

Lo que propone ahora Justicia artificial (2024) toma como escenario una España futurista a las puertas de un referéndum sobre el uso de Inteligencia Artificial para tomar el control de un sistema judicial colapsado y sin posibilidad de escalado. La opción de impartir justicia algorítmica sin sesgo ideológico es el principal atractivo que ofrece una empresa de software que sueña con descentralizar el poder.

La película, protagonizada por Verónica Echegui en su papel de jueza que testea el programa, es un thriller que podría resultar como un extraño reflejo de Yo, robot (2004). En este sentido parte de la investigación del crimen de una creadora mesiánica para mutar aquí en una disertación sobre el juego de tronos entre los jueces y los desarrolladores por el control judicial. Ahí es donde el debate sobre el funcionamiento de los modelos en base al pasado puede resultar ineficiente en un entorno social cambiante a la hora de garantizar un juicio justo.

 

 

Todo órbita en un cosmos donde la presencia de una presidenta de gobierno apunta una nota más en la búsqueda de un país más feminista. Lejos de los mundos decadentes y llenos de contaminación con los que soñaban Philip K. Dick en Blade Runner (1982) o William Gibson en su novela fundacional Neuromante (1984), estamos ante una visión gris del futuro que muestra entornos corporativos asépticos y sumamente ordenados, donde las criptomonedas se usan para pagar operaciones al margen de ley. La imagen de seguridad de la protagonista dormida en un coche con capacidad de conducción asistida remite casi a la imagen final de aislamiento de 2001: Una odisea del espacio (1968). Todo se estructura alrededor de la soledad de la protagonista frente a los ordenadores y las pantallas que redefinen el control de las interacciones humanas dentro de espacios cerrados, en contraposición con la presencia de espacios abiertos como el mar donde termina casi ahogada.

El uso de primeros planos que  recrean algoritmos de visión artificial identificando objetos y cuerpos se convierte en uno de los principales elementos distintivos de la puesta en escena que pretende ligar la visión del espectador con la de un ordenador. A esto se suma el acento que pone el director en el brillo de los ojos de los protagonistas, casi replicantes. Es reseñable también la aparición estelar de Elena S. Sánchez , presentadora de Historia de nuestro Cine en el papel de reportera de un programa que será el clímax de esta diatriba sobre el poder.

En suma, resulta curioso preguntarse: ¿qué opinaría el padre de la computación moderna Alan Turing sobre esta intrigante película?

Un film que, ante la problemática sobre lo artificial, establece la empatía como elemento humano definitorio.

No perdáis la oportunidad de verla. 

Un artículo de Nicolás Quintero, Data Science en Innova-tsn.